“Arquitectura Degenerada”
RAMONA 51, Julio 2005.
Dossier. Club de Arquitectura
www.ramona.org.ar/files/r51.pdf
De todos modos, hablar de género en arquitectura no debería remitirse puntualmente la cuestión de si es hombre o mujer quien construye: el género del autor. El duelo entre arquitectura masculina vs. Arquitectura femenina, y arquitectura de género vs. Arquitectura degenerada, plantea la cuestión de desde un óptica quizás más profunda que el problema de la autoría.
La arquitectura gay es una arquitectura degenerada, ya que es en sí misma la degeneración de ésta. Aquí la problemática se invierte, no es el autor quien define el género de su obra, o quizás en una primera instancia sí, pero la desviación parte desde el uso. El nuevo género deviene con el tiempo, y sin la mediación por parte del autor. Una identidad transfigurada in real-time. Una corrupción de la arquitectura.
Entonces ¿si la posibilidad de un degeneramiento no es algo factible de ser controlado desde el rol de autor, o de poder decidirse desde el principio y para siempre, toda arquitectura deviene en degeneración? ¿o existe cierta producción arquitectónica con mayor tendencia a degenerarse?
Me gustaría plantearlo de este modo. La modernidad, a través de una precisa selección, retomó elementos del pasado a los cuales consagró como la prehistoria de la modernidad, y negó todo lo demás. De este modo, una villa Palladiana logra convertirse en un elemento potencialmente moderno y no así Versailles. Es decir, existe una predisposición presente desde el principio; el grado de sintonía con el corruptor es un vínculo que se construye sobre la hecho mismo de la ocupación, pero existen elementos que definen un tipo diferente de identidad. Características potenciales que se detonan en un marco de seducción entre arquitectura y usuario.
La corrupción de la arquitectura es algo casi tan natural y necesario, como el “buen uso” de ésta. Corromper el espacio, intervenirlo en desmedro de sus cualidades confortables es sin duda un impulso de adecuación a la arquitectura tan vitalmente saludable como cualquier otro. La degeneración del espacio público hacia nuevos horizontes, dentro del marco de “esta” arquitectura gay que todo lo descompone y desarticula, ha sido –como todo fenómeno culturalmente antinatural– muy difícil de detectar en la cotidianeidad. Difícil de detectar y delimitar como algo positivo y constructivo, inclusive desde dentro de la labor como profesional, como arquitecto. Han sido los artistas quienes a través de sus obras han detallado, aunque más no sea de manera inconsciente, las características de la arquitectura gay.
Me gustan mucho los dibujos de TOM of Finland. Me gusta mucho la arquitectura presente en sus historietas; me gusta la lectura clara y precisa que se puede hacer en ellos sobre el problema del espacio público, sus posibilidades de uso y apropiación. Al leer cada uno de los capítulos de sus comic “Kake”, es inevitable no ser seducido por una inquietante concepción, de lo que como urbanistas podemos determinar como: las actividades que se desarrollan dentro de, y que determinan por consiguiente la necesidad y la existencia, de un espacio entre la frontera de lo público y lo privado; el “espacio semi-privado”.
Una arquitectura del espacio urbano, del esparcimiento… una arquitectura del placer y el confort privado en el espacio público. Un espacio público moderno. Una arquitectura que se desarrolla gracias al uso no moralista del espacio público.
Una arquitectura de estado: El estado como ente amoral y la arquitectura como expresión lúdica, y como expresión laica. La arquitectura degenerada, la arquitectura gay.
Una arquitectura institucional de gran complejidad espacial, de esparcimiento social sin límites; sin niños, sin guarderías, sin sector “no fumadores”, sin carteles de “sólo personal autorizado”. Una arquitectura con la fisonomía de la infraestructura deportiva; un urbanismo a lo “ciudad deportiva”, dedicado al aprendizaje del placer y el tiempo libre: ¿espacio público–semiprivado gay?
La arquitectura deportiva, la arquitectura fabril. La arquitectura de los espacios del trabajo y del esfuerzo físico, sin accesos restringidos –acceso libre a los espacios de cocina, administración, carga y descarga de materiales, logística, vestuarios, salas de máquinas… El espacio donde el individuo no es ni cliente ni usuario, sino que participa de la institución. Una arquitectura de “rol”, arquitectura de rol fetichista, una arquitectura “institucional degenerada”.
Concebir dicha arquitectura dentro de la ciudad y su complejidad institucional, es concebir la práctica de un urbanismo de redes sociales, vinculando instituciones prácticamente obsoletas. Instituciones (ya no necesariamente presentes en edificios) donde son prescindibles los resultados productivos del servicio ofrecido; aquí lo importante es la experiencia de ejercer un rol en determinada actividad. Es concebir una arquitectura a otro nivel funcional: un usuario constructor de institución y de arquitectura.
Aunque estas relaciones urbanas no siempre se presenten demasiado claras y definidas, es posible detectar su presencia en todas las instituciones de nuestro sistema, y en todas las ciudades occidentales. Aún así, las historietas de Tom parecen pertenecer a una sociedad con una estructura política muy diferente a la nuestra. Pienso en la relación trabajo y tiempo de ocio, la cual no parece ser un equilibrio, sino más bien una mezcla. Algo bastante imposible de concebir dentro de las estructuras políticas, sociales, y económicas de nuestras sociedades. Pero también, de algún modo estas prácticas están muy presentes en nuestras instituciones; la arquitectura da a lugar a ciertas practicas sociales, ya no digo siquiera para las cuales no fue proyectada, sino a las cuales ni siquiera detecta. La arquitectura degenerada surge, de algún modo entre el aire que deja el ajuste de las instituciones actuales a la arquitectura, y la densa red de relaciones urbanas donde éstas se apoyan, se inserten.
Quizás las actuales relaciones urbanas que conformas nuestra sociedad sólo alberguen dichas prácticas sociales de forma parasitaria. Es muy probable que hoy por hoy la arquitectura gay no sea más que un problema de impureza institucional, un sobrante, “una falla en el sistema de limpieza”. Pero hubo ciertos momentos a lo largo de la historia, donde primaba la idea de una sociedad más equitativa e igualitaria, los cuales redefinieron y alimentaron el inconsciente colectivo del bon vivant gay, esa filosofía de vida basada en la completa libertad individual, y una ya no tan compleja relación entre trabajo esparcimiento. La igualdad entre todos los hombres, una nueva regulación laboral, las vacaciones en centros estatales colectivos, la democracia a nivel de las relaciones domésticas, la idea de “a la mañana trabajar de obrero, y de noche ser crítico de cine”, todas juntas han dado forma al inconsciente colectivo del paraíso gay.
Es por eso, que de algún modo nunca dejé de pensar dónde se sucedían las escenas de muchas de las historias de Tom. Era un ejercicio que me divertía hacer cada vez que volvía a hojearlas: ¿Cuál era la locación de mis historietas favoritas? Paraíso gay. Arquitectura paradisíaca?
Mi sospecha siempre habría girado en torno a frágiles deducciones y presupuestos tendenciosamente orientados hacia la posibilidad de una crítica arquitectónica.
La mayoría de sus historietas sólo parecían poder desarrollarse en un lugar: un lugar que fuese el punto medio en un morphing geográfico-institucional, entre las calles de San Francisco, la costa oeste de los Estados Unidos, y como contrapunto la arquitectura de estado de la Rusia de la revolución –algo de todo esto intentaba mostrar de forma caricaturesca el video “Go West” de los Pet Shop Boys. Esos montajes de animación virtual, donde un grupo de hombres recorría una soleada Moscú futurista, cargando estandartes rojos, entre esculturas de hierro pintadas de colorado a lo largo de una enorme escalinata, al grito de: “vamos al oeste... a donde los cielos son azules”, “a donde hay mucho espacio”, “a donde estaremos juntos”–.
El paseo, el recreo, el fetichismo en el trabajo pesado, el placer estético, el teatro, las vacaciones, el ejercicio físico, la rusticidad, la eficiencia material, la modernidad; todo en un mismo lugar, en el contexto social preciso.
La arquitectura Rusa de la revolución, es el marco perfecto para una ejemplificación teórica de esa posible arquitectura estatal gay.
Confundido ya por el error geográfico de estos artistas (el de los Pet shop boys, el de Tom of Finland), comienzo a pensar en este paraíso arquitectónico gay como eso: un error geográfico. Un error geográfico urbano, que tiene como marco una arquitectura de rol, un funcionalismo más metafórico (si es que esto fuese posible). Un funcionalismo metafórico. Como el del Tanatorio de Le Corbusier oculto detrás del proyecto del Hospital de Venecia que nos develaba Quetglas, en sus encuentros y esparcimientos (I). O como el de la Universidad de St. Andrews, subyacente en los encuentros sociales entre los estudiantes que intentaba generar Stirling, al deliberadamente proponer “cortos y poco atractivos corredores (deliberadamente estrechos y mal iluminados) que llevan a las habitaciones de los estudiantes”. Y continúa explicando. “Algunas veces es necesario crear espacios de estas características con el objeto de incrementar la utilización de las áreas cuyas actividades se pretende estimular.” (II).
Me permitiré llevar al extremo los límites de este “funcionalismo metafórico” (como marco para esta arquitectura degenerada). Y de este modo enunciaré cuál sería a mi entender su ejemplo más radical –regulando lo riesgoso de tal ejercicio teórico, al permitirme surfear en el plano de los elementos que conforman el “inconsciente colectivo gay” del urbanismo. Es decir, declarar un edificio en particular como “el más claro ejemplo de la prehistoria arquitectónica de la cultura gay de este siglo XX” (ni pienso remontarme a épocas en donde lo gay no existía como cultura, sino sólo como práctica sexual) sería simplificar ridículamente la problemática y volver el tema en algo definitivamente muy aburrido. Por otro lado, continuar rodeando, redefiniendo, y complejizando la posibilidad de definir el concepto de lo gay en arquitectura sin nunca enfrentarse cara a cara con la verdad material de la ejemplificación y del juicio de valor, no haría honor a la costumbre digna del arquitecto moderno, de siempre hablar de una arquitectura en particular. Señalando con el dedo: “Eso es arquitectura... aquello no es buena arquitectura”. Surfearé entonces.
Si Melnikov era puto o no era puto, no me interesa (sabemos que era casado). Si los camaradas que persiguieron exhaustivamente a los homosexuales, eran tan comunistas como maricones a puertas cerradas, o sólo no prestaban atención a los figuras de jóvenes rusitos sin ropa que S. Eisenstein dibujaba entre toma y toma, no lo sé.
Pero sí sé que todo el panfletismo revolucionario, orientado a la igualdad de masas, la regulación laboral, la erección de la figura del obrero como ejemplo de individuo libre y de completa entereza, ha seducido desde entonces a la cultura homosexual (en este caso decimos homosexual, no gay). Y es el funcionalismo metafórico de la arquitectura rusa la que se presenta para mí como el ejemplo perfecto de ese inconsciente cultural. Arriesgándome de este modo, a señalar no un edificio, pero si una tipología arquitectónica como tal: en ingles, “the workers' clubs”. Los clubes de las Fábricas.
Muchas de las fábricas poseían uno.
Pero la fragilidad de estas presuposiciones se fortalecieron frente a ciertas reflexiones surgidas sobre la posibilidad de una discusión sobre “el género en al arquitectura”, frente a un texto muy interesante que precisamente se cuestionaba cuál era el verdadero aporte de la arquitectura gay en la ciudades contemporáneas. El texto “toilettes of tomorrow”, me hizo pensar en una repuesta que me pareció muy interesante: el paraíso gay no existe, pero la arquitectura gay lo puede reconstruir a través de imágenes fragmentarias, redefiniendo el uso del equipamiento urbano y socavando la integridad de la figura de la arquitectura eficiente, a lo largo de toda la ciudad prácticamente sin precisar sucesos materiales. Sólo reglas y relaciones sociales trastocadas (he aquí la formula de transformar el agua en oro, para los del planeamiento urbano). Pero no son éstos fragmentos inconclusos. Sino situaciones, que más que pruebas pilotos, se presentan como casos ejemplares del más astuto urbanismo moderno.
Este urbanismo gay ha reconocido los beneficios del baño público. Transgrediendo su función, se ha logrado desvincular un espacio concebido de forma plenamente funcional de su única razón de ser. Perpetuando el fenómeno en base al éxito de la refuncionalización. Esto debería ser tomando como un claro ejemplo de cómo se ha logrado resolver una problemática subyacente desde siempre en la problemática del habitar: el baño como escenario sexual. De tal modo que se ha logrado articular en el espacio público un escenario sexual comunitario. No de un modo completamente explícito, pero si lo suficiente publicitado como para dar por descontado este tipo de actividades en cualquiera de las instalaciones de los edificios públicos en general. Tanto, que creo que es más lógico en el diseño de una edificio publico, rotular en un plano de replanteo, o en una planilla de locales a los espacios destinados al servicio sanitario como Tetera (tea-room) más que como Locales sanitarios o baños públicos. Nuestros aficionados a los baños públicos podrían servir como grupo sobre el cual testear nuevas ideas de cómo hacer estos locales más eficientes respecto de su nueva utilización. Entendiendo que las intervenciones no deberían alterara de forma explícita el desarrollo de las actividades, el aprendizaje en términos de un urbanismo silencioso, y menos evidente en términos expresivos y formales, redefiniría profundamente la relación entre planeamiento urbano y construcción.
Por otra lado, la arquitectura gay se percibe recortada dentro de la ciudad de modo evidente, al detectarse –implícita en su esencia– una nueva forma de interacción entre los individuos y los espacios que la arquitectura no logra categorizar respecto de las nociones burguesas de confort y bienestar. El ejemplo de los baños no es un caso aislado. La ausencia de verdadero confort, se transforma en la algo plenamente seductor para el usuario. Lo inhóspito del espacio, no sólo atrae por la evidente privacidad ante la poca afluencia de público. La libertad que implica el anonimato personal sumado al anonimato del contexto, propone una nueva experiencia espacial. El espacio verde inserto en el tejido urbano, siempre ha tenido dicha cualidad. La ausencia de equipamiento confortable define otro tipo de relación con el espacio comunitario. Las áreas restringidas u olvidadas dentro de las mega-estructuras urbanas (ya sea orientadas al rubro sanitario, burocrático-administrativo, deportivo, vial, etc.) proponen solares donde prolifera la presencia de artefactos, maquinarias, junto a un equipamiento técnico-arquitectónico irrepetible en otros sectores de la ciudad ofrecidos al esparcimiento público. La seducción que generan estos lugares es prácticamente un impulso de libertad junto a una pulsión afrodisíaca.
Los baños, los artefactos de los baños, las cámaras y las antecámaras, los pasillos de servicio, las escaleras de incendios, las salas de maquinas, el desván, los sótanos, las despensas, los vestuarios, “las regaderas”, el garaje, los estacionamientos (parking-lot), los bajo escaleras, los ascensores, las azoteas no transitables... los artefactos. La arquitectura afrodisíaca.
Las rampas, las barandas, las puertas trampa, las salidas de emergencia, las salas para fumadores, los baños públicos para discapacitados... La arquitectura del morbo.
De pronto, la arquitectura del morbo. Una arquitectura no degenerada: proyectada así, de una.
El siguiente es un ejemplo pequeño un poco tonto, pero que viene muy al caso:
Todos los años el VPRO invita a un artista a realizar un proyecto en la sala de vidrio de la entrada-recepción de su sede principal (Villa VPRO - MVRDV arquitectos). “The Smoking Lounge” de Gerald Van Der Kaap (1997-1998), fue el primero de esta serie de proyectos. El proyecto consistía en transformar la recepción en un salón de fumadores donde, aparte de ofrecer el equipamiento correspondiente a una sala estas características –cantidad de ceniceros de acuerdo al porcentaje de fumadores estimados, cortina de viento, asientos, etc. –, una serie de videos se proyectarían a través de monitores. Videos de explícito “smoking fetish content”, el fetiche de ver gente teniendo sexo mientras fuma, o simplemente el fetiche de excitarse viendo a alguien fumar; teen Smoking, smoking oral sex, etc. Una intervención muy simple pero que sirve como ejemplo bastante gráfico de que tipo de reconstrucción fragmentaria es necesario hacer para percibir los logros de esta arquitectura. Una arquitectura encargada de corromper los espacios de la arquitectura tradicional, en pos de generar estímulos muy precisos en un público ávido de un rol más activo dentro de las instituciones y la ciudad.
Esta última clasificación es el resultado de ya varios años de decodificación de estos fenómenos. Muchos ya han aprendido a dejar de lado los tabúes, de los que la arquitectura clásica y moderna está compuesta. Pero esto no significa dejarlos de lado por completo, todo lo contrario, permitirse entender que son necesarios y que es muy divertido meterse con ellos, sean de la naturaleza que sean. Y como muchos ya han aprendido, es lógico que la arquitectura gay del morbo, presente alguna que otra obra clásica factible de ser individualizada como hito en esta breve historia que acabamos de intentar reconstruir. A mi se me ocurre una –y como toda obra tomada como enclave en una línea de tiempo, su elección nunca es muy sorprendente, sino más bien obvia y aburrida–. La casa en Burdeos de Rem Koolhaas (1998), o más conocida como “Casa para un discapacitado”, o “la casa para el paralítico”. Que aburrida, que obvia, cuan pretenciosa es. Pero que magníficamente salvaje, y absurda.
A mí me encanta la idea de una casa para un lisiado, debo reconocer que me produce un sensación muy inquietante; y más sabiendo que el lisiado es hombre y que tiene mucho dinero. Me recuerda a esa escena tan tristemente graciosa de “la naranja mecánica”, cuando él vuelve a esa mansión súper moderna, donde un tiempo antes habían cagado a palos al dueño y violado a su mujer frente a él, de una forma súper humillante. Y de pronto aparece el tipo en silla de ruedas en su súper casa, pero en vez de estar la súper rubia, tiene de guardaespaldas a un súper-puto haciendo fierros en el living. También me produce mucho morbo el hecho que la casa se haya transformado quizás en una de las obras más publicadas de este arquitecto. Publicaciones en las cuales queda descripto hasta el límite de lo obsceno la secuencia de aseo del tipo en la silla de ruedas, a razón de describir lo correcto del diseño de todo el equipamiento del baño. Que más que un baño parece una de esas salas de enemas-sexuales que se ven por Internet. Repleto de artefactos, canillas y duchas de manos a alturas especiales, junto a la silla fija con sus respectivos arneses de sujeción del torso donde poder ducharse sentado, y todo esto decorado con estantes y bachas de vidrio especialmente diseñadas por Maarten van Severen, que agregan al espacio un aspecto digno de la arquitectura hospitalaria de luxe. Y si de artefactos hablamos, no puedo dejar de recordar el ascensor plataforma de 3.00 x 3.50 m, cuya instalación se encuentra documentada y publicada, y es de un altísimo grado de complejidad no apto para arquitectos. Verdaderamente increíble pensar en el grado de dominio público que se encuentra la situación intima de este señor. Esto es arquitectura sin tabúes, esto es arquitectura gay.
Quizás hablar de arquitectura gay es hablar de ciertas metas en la arquitectura. La relación entre el uso-habitar = laburo, y el defecar, y el sexo.
Uniendo placer y trabajo, separando actividades humanas de esfuerzo extra, inclusive en el arte y las disciplinas orientados a la experiencia creativa. Restarles el esfuerzo como garantía de eficiencia ¡Deshagámonos de políticas académicas, especialmente si éstas están pasadas de moda! No permitiendo el esfuerzo insalubre en la experiencia de transitar la arquitectura. Y más aún en el trabajo pesado, logrando el esfuerzo totalmente orientado al placer. Pero no meramente al placer carnal y físico, si no también psíquico y social.
El transitar la arquitectura como si fuese una fantasía sexual pública.