sábado, 14 de marzo de 2009

IT’S JUST FASHION!



Crónica de la semana de la alta Costura Parisina… desde Buenos Aires

Para principiantes

La magia de Youtube ha demostrado que el sol sí sale para todos. Rastrillo, sin éxito alguno, la interfase de ese portal una vez por semana en busca de un update que controle mi líbido, con la esperanza de que alguien suba de una puta vez alguna verdadera perla (es decir, cualquier desfile de las temporadas entre 1990 y 1994, de los que alguna vez vi breves micro segundos en Nuevediario, acompañados por algún comentario jocoso de Luis Pedro Toni sobre las transparencias que revelaban el busto de Yasmeen Ghauri). Sin embargo, no se puede negar que a fuerza de tanto fashionista amateur, la cobertura de la actualidad del mundo de la moda es bastante interesante. Los desfiles de alta costura están levantados casi enteros, capturados directamente de las paginas de las respectivas maisons (en el caso de Dior, Chanel), o directamente robados de las cada vez mas pobres crónicas de Style.com (pobres en diversión: que se jubile Tim Blanks, no soporto ese acento inmundo que tiene; viejo puto).

Ahora bien, si hiciesen una película biográfica al estilo All that jazz sobre algún diseñador junkie, donde la realidad cotidiana del personaje se codeara con los cuadros Brodaway-surrealistas extraídos de sus sueños y delirios de moribundo, surgiría un dilema central: ¿quién asumiría el papel de “La Alta Costura”? Yo elegiría a un personaje del estilo de Lislie Von Rumman. Así como la hija, la amante y la ex-esposa, y la misma muerte, acompañan al aturdido coreógrafo en sus últimos viajes mentales, en el caso de nuestro podrido diseñador de edad madura ((consumido ya por su labor obsesiva, las drogas, la organza y el contrato millonario con la maison), esta mina sería la viva encarnación de la de la moda: la ya citada la alta costura.

Continuemos con el mash up de películas, conservando el clima y los personajes del musical de Bob Fosse pero trasladándonos al castillo gótico de Sunset Boulevard de Lisle, en el momento en que le está ofreciendo la poción a nuestro depresivo diseñador para poder así trabajar por siempre jamás. Así como en uno de los films originales Bruce Willis cuestiona el por qué de la inmortalidad, el diseñador seguramente preguntaría el para qué: ¿qué sentido tendría seguir trabajando si nada le asegura que sus creaciones seguirán vendiéndose? Entonces, igual que en la peli, y después de gritar “SIEMPRE VIVA!”, la expresión de éxtasis y triunfo de Lisle en medio de su orgásmico rito desaparecería ante semejante pregunta, para tan luego balbucear un poco elegante y despreciativo “WHAT?”. En un micro segundo (de lapsus facial Isabella-Rosellinezco) se le borraría la sonrisa, se le torcería el bob y dejaría caer los brazos que hasta entonces apuntaban gloriosamente a la cúpula de vitreaux (reproducción de “La Creación” de Miguel Ángel que cubre la pileta climatizada, en la que cinco minutos antes hacía la plancha desnuda y en tacos). Imaginemos el horror de “Mrs. High Couture” frente a tan simple pregunta. Se le cuartearía el maquillaje, se le quebraría un taco, se la rajaría el vestido y al grito de “DICK! TOM! HARRY!” mandaría a sus chongos a cagar a palos al diseñador por haber puesto en palabras la más terrible de todas las verdades.

No importa cuán fantásticos sean los desfiles o qué tan atrapados resulten los ojos del espectador frente a los ondulantes contoneos de las modelos, la pregunta estará siempre a la vuelta de la esquina. De la misma manera que uno sin entender nada pregunta de manera maliciosa y envidiosa, “¿no se lastiman?”, al ver como quedan de cabeza los chicos en los recitales de las banditas que tienen sus videos de cámara digital en you-tube, la histórica pregunta,¿quién se pone eso?” y “¿eso se vende?” siguen tan vigentes como antaño, enfureciendo a todo aquel que se precie de pertenecer al medio. A pesar de lo lógico y obvio de la respuesta, el placer de enunciar este problema es mucho más fuerte que la necesidad de resolverlo. La cuestión sigue en pie, y en mis oídos siempre ha sido decodificada como una simpática manera de perpetuar el aura mágica y a la vez estúpida que se cierne entorno al poco creíble éxito de la moda. Ha pasado mucha agua bajo el puente desde aquellos desfiles de los 90s, pero la imagen clásica del fascinante mundo de la moda sigue siendo la misma: un conglomerado de gente histérica yendo y viniendo, en el marco de la más pura y extrema frivolidad, equilibrado por un silencioso respeto que se basa en el creciente poder financiero de esta millonaria industria.











Pero, ¿quién se pone eso?

Debo haber respondido a este interrogante con cientos de argumentos distintos, y debo haberme negado a contestarlo otras muchas más, casi siempre a jovencitos intrigados frente al fetiche puro de la alta costura en su máxima expresión. ¿Por qué la pregunta seduce más a los hombres? El delirio extremo, la guita y el cuerpo de la mujer, mezclados, podrían ser la clave. Pero no. Yo prefiero pensar que es porque la alta costura de hoy en día está hecha por hombres y no para hombres. “El hombre hace ropa para la mujer con la que quiere estar… y en la mayoría de los casos para la mujer que desearía ser”, contestaba un poco convincente Rupert Everett a la periodista lesbiana del TIMES (Lily Taylor) en Prêt-à-porter, de 1994. ¿Quién puede sentirse cómodo frente a una labor tan evidentemente masculina, siendo que tiene al género femenino como destinatario principal de su producción? Hubo muchas mujeres trabajándola durante décadas y décadas, pero hoy por hoy la alta costura es un tema de putos. Punto.

La pregunta, entonces, de “¿quién se lo pone?” para mí tiene una respuesta clara: las colecciones de alta costura sirven como muy buena publicidad para artículos de lujo y costo menor, como cierta joyería, los perfumes, el maquillaje, los accesorios, el calzado. Punto. De cualquier modo, creo que vale una aclaración interesante: mas allá de la estructura corporativa, que, según explican los estudios de factibilidad publicitaria pertinentes, se propone exprimir la naranja ya no por el jugo mismo sino por el mero placer del aroma, está claro que parte del proceso interno del diseñador tiene su génesis a partir de una simple realidad que dice que si ya casi nadie puede comprarlo, es lógico que ya casi nadie pueda ponérselo. No sólo pasa por que sean caros, sino también por estrafalarios.

Aclaremos que la alta costura siempre fue extravagante. Trajes sastre en telas adamascadas combinando colores primarios, por ejemplo, que son una patada en los huevos literalmente, con bordados sobre estridentes flores a contratono para lograr despegarlas aún mas del fondo chillón (convirtiendo al conjunto de una liviana patada de empeine en una de puntín afilado). Sin embargo, la relación entre “me lo pongo” y “no me lo pongo”, más allá del precio, dependió por muchos años del gusto más o menos excéntrico de la compradora. Hoy por hoy, los trajes que desandan las pasarelas de alta costura de este principio de siglo tienen necesariamente que ser imponibles, tanto o más que impagables, superando los niveles del (buen y mal) gusto. Propuestas que estudian la deformación extrema de la silueta y sutiles fetichizaciones de la estructura y del estilo, junto con las obvias trabas en la movilidad que todo esto trae aparejado, simplemente han dejado de ser un problema para la alta costura. En proporción inversa al número de posibles clientas que pueden costear el precio de tan bien valuados artículos, hallamos el coeficiente de imponibilidad de los modelitos. Menos clientas y menores posibilidades de venta = más colecciones del culo.

Fashion rules

El origen de la alta costura se remonta a un tipo llamado Charles Frederick Worth, que en el año 1858 abrió en el número 7 de la Rue de la Paix de Paris la primera verdadera casa de haute couture. Hasta entonces, las mujeres encargaban vestidos según sus gustos y necesidades. Él fue quien propuso el esquema inverso: presentar una serie de diseños que eran adaptados a las medidas de la compradora. De esta manera hace su aparición la idea del diseñador creativo como la conocemos hasta hoy día. No obstante, un modelo de alta costura es sobre todo el resultado de un largo trabajo artesanal. Se comienza con un dibujo, una serie de croquis que el modisto realiza y que luego se le entrega a los talleres. Estos interpretarán los distintos trazos del estilista para así realizar las toiles (término genérico con el que se designa en alta costura a las prendas muestra, confeccionadas en lienzo), sobre las cuales se trazarán líneas para definir la estructura y la línea de diseño en cada caso.

Hoy en día, alta costura es una denominación jurídica protegida y de la que sólo pueden servirse las empresas que figuran en la lista establecida anualmente por una comisión particular del Ministerio de Industria, según indica la Cámara Sindical de la Alta Costura de Paris. Los principales criterios, establecidos en 1945 y actualizados en 1992 y 2001, son los siguientes: tener al menos quince empleados estables trabajando en los talleres, presentar a la prensa en París cada temporada (primavera-verano, otoño-invierno) una colección de al menos veinticinco pasadas con modelos de día y de noche (antes no bajaban de las cincuenta pasadas). Las colecciones deben estar compuestas por prendas originales hechas completamente a mano, concebidas por un creador permanente. Cada traje, vestido o conjunto puede implicar entre cien y mil horas de trabajo manual, con precios de alrededor de los quince mil a setenta mil euros.

“Its just fashion”: ¡esa es la actitud!

Hace casi diez años, la moda vivía un momento de excitación anglo generalizada. Un puñado de diseñadores ingleses quedaba al mando de un par de las más clásicas casas de moda parisinas. Al frente de los talleres de alta costura de Givenchy se ubicaba como primera tijera ese gordo infame llamado Alexander McQueen, y a cargo de nada más y nada menos que Christian Dior se posicionaba como director artístico John Galliano -con menos drogas y Gwen Stefanis en la cabeza que hoy día-. En una opinión muy personal -y mal que le pese a Marc Bohan-, bajo el mando del gran Gianfranco Ferré la casa Dior vivió varios de sus momentos más sublimes. La perfecta unión entre diseñador italiano y maison francesa es una fórmula que debería repetirse. A los metros de seda rosa Dior y los brocatos dorados en torno a mucha cintura avispa se sumaban las rafias naturales, el mimbre, los matelaseados deportivos en telas de alto lujo y una sobredosis de cuero calado a modo de encaje, además de volutas, estrías y un sinfín de elementos ornamentales provenientes de la arquitectura clásica recreados en oro y organza. Diametralmente opuesta aparece la fórmula actual: diseñador inglés + firma francesa = escándalo = a veces papelón = drogas y mucho tafetán. Ocurre que Galliano nunca (re)conocerá el encanto de una austera blusa camisera de organza, con magas abuchonadas y cinturón de napa color habano.

Continuemos. Frente al drástico recambio en el control de tantas firmas francesas, tout Paris observaba atónito como la guardia inglesa tomaba por asalto su tradicional semana de alta moda sin ninguna sutileza. El ya conocido temperamento artístico de los couturiers británicos no se hizo esperar, tiñendo la escena de la moda mundial de lo que los franceses gustan en llamar la irreverencia inglesa; que no es más que una mentira ridícula referida a lo que siempre se espera que hagan todos los ingleses cercanos a un rol creativo. ¿Hasta cuando van a comer del punk? ¡Como si ellos hubiesen ido a todos esos recitales! Todavía recuerdo la socorrida crónica de la semana de la alta costura para el verano de 1997 de Katherine Betts (a principios de los ‘90s era una flamante redactora, que no tardó en naufragar en los océanos Wintour) para el Vogue Norteamericano en Abril de 1996.

Desde que comencé a interesarme en moda varias veces leí una frase muy graciosa que decía, respecto a la realidad geográfica de la industria, lo siguiente: “Londres pone la maquinaria creativa; Paris, el escaparate; Milán se lleva los dólares”. Algo de esto parecía comprobarse entre los años 1996 y 1999: el impulso creativo de los jóvenes ingleses sacudía (pero no mucho) los pilares de las marcas para las que trabajaban, y arrancaban ovaciones desaforadas por parte de la concurrencia juvenil.

Impulso artístico. Tal era la inyección de Juvenol que parecían importar consigo los ingleses. Ese carácter experimental -por demás aparente- era el aporte británico que los estudios de mercadeo señalaban como elemento clave. Los manejos publicitarios motivaron la contratación de Galliano, primero para Givenchy (¡¡¡jubilando para ello al mismísimo Hubert!!!) y luego a Dior, una vez ensayado y confirmado el éxito de la combinación. Un par de años mas tarde, Karl Lagerfeld, que aún masticaba su desvinculación contractual con la firma Chloé -para dar a paso a otra británica, la hija de Paul McCartney... cuánta sutileza, ¿verdad?-, hablaba en una entrevista de cómo veía la relación entre marcas parisinas y el talento extranjero. Sutilmente increpado por ser un couturier también extranjero (alemán), reemplazado por una inglesa en Chloé y bajo sospecha de ser reemplazado inminentemente en Chanel a causa de los estragos post minimalismo noventoso y del reinante delirio por lo inglés, simplemente alegó que hubiese preferido ser reemplazado por alguien con más experiencia. Frente a la insistencia de la periodista, quien opinaba conveniente no desestimar la preferencia de los grupos económicos por un desempeño artístico mucho más irreverente y joven al frente de los talleres de alta costura, el kaiser contestó: “It’s just fashion”. Sólo es una moda más. Como es sólo una moda la pollera mini hoy, y mañana no, era sólo una moda que quedaran bien los ingleses en donde antes funcionaban un francés o un alemán. ¡Expresión artística, mis polainas!

Los enroques noventosos

A principios de los años noventa sólo quedan unas veinte casas de alta costura (de las ciento seis que existían por 1945), las mismas que habían logrado sobrevivir a la Guerra del Golfo, que impedía a las princesas árabes hacer el acostumbrado viajecito para renovar su guardarropa. Chau Balenciaga, Lanvin, Laroche, Patou, Nina Ricci, Feraud… See ya in heaven! En 1996 se retira Givenchy, y mientras tanto Ferré se pelea con la casa Dior. A lo largo del lustro subsiguiente se suceden las invasiones inglesas. 2002. Oscar de la Renta finaliza su década en Balmain, hecho rápidamente eclipsado por el retiro de Monsieur Ives Saint-Laurent, que cierra para siempre su atelier de alta costura y deja a Paris en lágrimas y a su firma de prêt-à-porter en manos de Tom Ford. Y así, entonces, le damos el adiós a Balmain couture, que había sido creada en 1945, y a Torrente, que existía desde 1969. Dos bajas más. Julien MacGrasa pasa a Givenchy y no nos mueve un pelo, y Jean-Paul Gaultier consolida su firma como miembro estable del Couture Club, ya que habiendo incursionado en ese mundo diez años atrás le quita el lugar de benjamín a Christian Lacroix (algo que debería tener sin cuidado al costurero de Arles, ya que más dolores de cabeza le han causado las múltiples idas y venidas de su maison vendida de un grupo financiero a otro por poco rentable). Y en estos últimos tiempos, algo que no vamos a perdonar nunca: la estúpida de Donatella Versace retira a Atelier Versace (la versión couture de la firma) del calendario oficial por problemas económicos. En mi opinión… que se vaya a alimentar a su hija anoréxica, y que deje la marca en manos de algún tano tan puto y genial como su hermano! Hay que Joder! Y mientras que en Dior se eterniza John (ya cumplió al mando de la firma la misma cantidad de tiempo que duró el propio Christian), la maison Givenchy no da pie con bola hace casi diez años... Hasta ahora. Después de un muy fugaz y festejado Galliano, se sucedieron un a veces muy criticado McQueen, un aburridísimo Julien MacDonald (yo creo que la clientela arto-sofisticada de la firma se resiste a vestirse con otro diseñador que porte un nombre que empieza con “Mc Algo”), y finalmente el joven Ricardo Tisci, quien en la actualidad no cesa de recibir reseñas ambiguas e injustas que dicen, por ejemplo, que “como todo talento, el suyo necesita tiempo para desarrollarse (...), en un medio en el que las comparaciones con los mejores couturiers del mundo son inevitables, incluso injustas”. (Style.com, Paris, 23/1/2007)

Toda esta experiencia con los ingleses abrió un portal hacia otra dimensión, no sólo en el plano de la moribunda alta costura sino también del prêt-à-porter, y, como si de una marea de inmigrantes se tratara, la ciudad luz se llenó de diseñadores ilegales. Todas las firmas francesas con sus logos llenos de telarañas, agonizantes en manos de grupos financieros y ya sin talleres de alta costura, quisieron repetir la fórmula. Fue así que Bernard Arnault (cabeza del grupo LVMH y séptimo hombre más rico del planeta según Wikipedia) no dudó un minuto y, más discreto que en ocasiones anteriores (un americano en Paris, siempre es menos peligroso que mono con…, que diseñador Ingles con Casa Francesa), ubicó a Marc Jacobs al frente de Louis-hasta-la-fecha-solo-vendía-equipaje-Vuitton. Y… ¡billones en ventas de accesorios! (nada que Lagerfeld no hubiese hecho ya en Chanel: logo all over).

Old Skool

Es notable percibir que hoy día ya no importa tanto la nacionalidad (lo cual puede ser algo totalmente accesorio), pero sí la actitud del primera tijera frente al concepto de maison a resucitar. Es destacable que los diseñadores encargados de la ‘reanimación’ hayan sucumbido a la actitud mercenaria estilo Tom Ford (heredada de Lagerfeld): el diseñador banana que la hace de taquito en la marca pasada de moda, pero que no tiene las bolas (o el interés) como para llevar a cabo un proyecto personal, condenando así al olvido al estilo de los couturiers de hace mas de una década.

La preocupación por no someter el estilo propio a las exigencias de la maison, que transformó los siete años que duró la doble vida del gran Gianfranco en un verdadero sueño (Ferré para Ferré, por un lado, vs. Ferré para Dior, por otro, 1989-1996), y en una magnifica e insuperable pesadilla los dos años de Montana en Montana y Montana en Lanvin (1990-92), ha pasado completamente de moda. Ya ni siquiera sigue vigente el síndrome ‘Mr. Hyde vs. Mr. Hyde’, de Galliano para Galliano vs Galliano para Dior, que supo escandalizar a toda una época.

Les enumero rápidamente los tres ejemplos que tengo atragantados.

Olivier Theyskens, el putito belga con cara de darkie frígido, resucitó Rochas (solo prêt-à-porter) para luego verla morir en sus manos. Nada pudo evitar que la administración decidiese cerrar la marca… Ni siquiera el hecho de que Ana Güintur rompiera las bolas, y luciera (a modo de adelanto, por si a alguien le quedaba dudas de quién iba a ganar la pulseada) una de las exclusivas creaciones en la gala de The Council of Fashion Designers of America, donde premiaron al pibe. Si, si, así como lo escribo y así como lo leen. No cerraron sólo una parte, a saber, la alta costura, ni la línea de lujo, ni la línea de pieles exóticas… ¡Bajaron la persiana de la marca entera! ¡La firma desapareció! Game Over, Rochas! El belga se quedó sin laburo pero no por mucho tiempo, ya que ni lenta ni perezosa la señora Nina Ricci (que también estaba como loca y enterrada) se lo agenció para ser el capitán de su equipo. Y la primera colección presentada hace un par de meses ya arrancó ooohs y ahhhs de Reeses Witherspoons y otras boludas legales.

Este Oliver, junto a Nicolas Ghesquière, que no para de meter un gol tras otro en Balenciaga (lo queremos), y el pingüino feo de Alber Elbaz (que sacó de la dimensión desconocida a Lanvin, donde la había dejado el nunca superado Montana) han embarrado un poquito más el campo de juego hasta hace poco exclusivo de los ingleses. Vueltas de su muerte altocosturezca, muchas marcas comienzan a vampirizar sangre fresca, surgiendo así este nuevo boludeo del prêt-à-couture y del prêt-à -porter de lujo y el prêt-à-etcetera. De alguna manera la fórmula se reinventa, pero acabados los talleres de alta costura aparece este in between que no deja de dar números muy positivos. Frente a este nuevo panorama, la semana de la alta costura es mucho más interesante de analizar. Pero, ¿qué podemos esperar de ella? Difícil respuesta.

Pese a la flexibilización de los criterios para otorgar la categoría de haute couture a las firmas de moda, a esta altura sólo sobreviven (presentando desfiles) las siguientes cinco casas francesas, junto a dos tanas y a un libanés de yapa: Chanel (cabeza a cabeza con la que sigue), Christian Dior (a todo culo), Christian Lacroix (¡aguante!), Elie Saab (lo bancamos sólo por libanés), Givenchy (nos cae bien Ricardito, pero sabemos que en cualquier momento es boleta), Jean-Paul Gaultier (¿quién hubiera que los catsuit de lentejuelas dorados con tetinas de mamadera llegarían a la alta costura?) y los members correspondant, Valentino-ya-estoy-para-miembro-estable-Garavani y el embole atómico de Armani Privé.

Haute Torture

El Grand Palais y el Paris Polo Club se han convertido en la meca del lujo mundial.

Dos imágenes opuestas tiñen al ambiente mediático de la alta costura a lo largo de estos días. Dos monstruos prestan la cara a la semana de ensueño, que tiene su pico de expectación en el siguiente contexto: los dos imperios máximos de la moda se enfrentan a duelo, aunque nunca fatal, dos veces al año. Chanel vs. Dior, batallando sobre las arenas del Coliseo del estilo. Goro vs. Shang Tsung: la fuerza bruta contra la astucia de la edad. Los demás muerden (ya mordieron) el polvo.


Paris, 23 de Enero de 2006. Christian Dior Haute Couture, Printemps-Été 06

Enfundado en una chaqueta-corset de mosquetero trash, florete en mano, el diseñador strikea una pose para los fotógrafos. Clavando la mirada perdida en el horizonte de la front-row, esta primera tijera deja bien en claro cual es su visión sobre los sucesos vandálicos en las afueras de Paris ocurridos el verano previo. “¿Perdón? ¿Cómo? ¿Vándalos en Paris? Ah, si, claro. Yo me lo perdí: estaba fumando paco en Casa Cruz, Buenos Aires, Argentina, envuelto en un poncho loco”. Saludo final, Isaac de Madonna suena (arcadas).

Paris, 24 de Enero de 2006. Chanel Haute Couture, Printemps-Été 06

Un alemán de setenta y largos años, de contextura menuda y sonrisa diabólica, vestido como si fuera la pesadilla cortesana de un rockero decadente, admira la torre de cincuenta metros de escalera caracol donde sesenta y cinco aterrorizadas modelos adolescentes comienzan a desandar la helicoide, portando cada una un promedio de treinta mil euros en ropa, frente a una ovación de pie bajo la cúpula del Grand Palais.

Paris, 5 de Julio de 2006. Christian Dior Haute Couture, Automne-Hiver 06-07

Escoltado por cuatro afroditas dignas de una alfombra roja medieval (con atuendos de armadura y tocados en cristalería), hace su aparición el Ingles con sangre flamenca enfundado en un traje de astronauta americano, y peinado como la cantante de No Doubt en un mal día; el diseñador se acerca con paso tambaleante a recibir los aplausos. El Grand Palais, otra vez, sólo que ahora en penumbras.

Paris, 6 de julio de 2006. Chanel Haute Couture, Automne-Hiver 06-07

Hace mucho calor en las afueras de la ciudad, a juzgar por el agite veloz del programa por parte de la concurrencia. El mismo anciano libidinoso, con el poder de los Wertminster, hace girar unas gradas circulares en forma de torta de casamiento. Como si de una calesita infernal se tratara, una atónita concurrencia (tiesa como estatua y presidida por la Santísima Trinidad del Desastre: Elton John, Cher y... Kylie Minogue), ve pasar la colección. Todo al ritmo de Spellbound de Siouxsie & The Banshees (puaj).

Paris, 22 de enero de 2007. Christian Dior Haute Couture, Printemps-Été 07

Tormenta de flashes y aplausos. Ahora vestido de Napoleón travesti, decenas de geishas origámicas y un par de Grace Kellys devenidas samuráis lo acompañan, distribuidas a los tropezones por cinco Dioramas completamente fuera de escala que reproducen el hábitat original de las señoritas new look. Ceñidas en, y sobre todo por, sus atuendos, las modelos aguardan pacientemente la muerte por asfixia, al ritmo de Madame Butterfly del degenerado Malcom McLaren.










Paris, 23 de enero de 2007. Chanel Haute Couture, Printemps-Été 07

Bajo la cúpula de vidrio yace una alfombra gris grande como una cancha de rugby, con el logo de la maison impreso en el centro. La novia se arranca el tocado de plumas, y en perfecta sincronización las enormes cortinas que oficiaban de telón de fondo descubren rápidamente al diseñador ya de pie que avanza triunfante a su encuentro, dejando detrás a toda una tribuna de colaboradores, estilistas, costureras, las casi 70 modelos, su guardaespaldas, y una lady muse. Suena de fondo… Cat Power en vivo :(

Now that´s what I call fashion…

Galliano festeja, a comienzos de 2007, sus diez años a cargo de la casa Dior, con una colección inspirada enteramente en la silueta de aquel new look que hiciera famoso a Monsieur Christian. El inglés saca a relucir toda su artillería pesada y aniquila de ese modo cualquier posible competencia en el año de su aniversario. Se asegura con una puesta a todo culo que nadie llegue a hacerle sombra; lo logra, pero sólo en parte.










Volvamos un poco a las referencias cinematográficas. Imaginen la maquina de teletransportación del filme La Mosca de Cronemberg, aquella con la que Jeff Goldblum experimenta y que permite descomponer la materia para reconstruirla en otro lugar. Bien. Recordarán, seguramente, el momento en que intenta hacer la prueba consigo mismo y se mete desnudo en una de las campanas de descomposición, sin darse cuenta de que en su travesía lo acompaña una mosca. La computadora descompone a los dos individuos, y decide fundirlos en el proceso de reintegración.

En esa misma máquina metan a Grace Kelly, pero no desnuda sino vestida (puede ser como en La ventana indiscreta), y metan también a la versión que prefieran de Cio-Cio San, el personaje principal de la opera Madame Butterfly. Luego, al resultante hibrido de hembras y ropa imagínenle un vestuario creado por un artista de la papiroflexia. Este artesano somete a todos los meticulosos costureros de Dior a realizar un prodigioso ensamble de géneros de lujo siguiendo las estrictas reglas del plegado de papel. Y voila. Copando nuevamente el Polo Club de Paris, con un soundtrack picante (que incluye Madame Butterfly de Malcolm McLaren, un lento de Michael Jackson, y creo que una de Celine Dion), Galliano demuestra el talento que lo sostiene donde está.

Al otro día, la maison Chanel ofrece un inquietante contrapunto. La colección de Lagerfeld es diáfana, transparente, espumosa, etérea. Desfilan veladuras en todos los posibles materiales y artilugios técnicos de transparencias; una serie de fantasías de cintas tubulares en tul y organza (“hebras de la locura”) desmaterializadas en controlados deshilaches, y variados remates en plumas; vestiditos negros conformados por briznas en tul de seda que recomponen en breves piezas planas los virtuosos juegos de recorte. “Evanescentes tejidos abuchonados a modo de espuma marina” es lo que reza la siempre torpe reseña de la revista HOLA Colecciones. Incluso el sorpresivo vestido “pantera”, en gasa estampada en animal print (con delicados bordados que reproducen en relieve la piel del animal), conserva la liviandad de todo el pie de colección. Fuera de debate se encuentran la acostumbrada reformulación semestral del clásico traje de chaqueta en tweed, ceñido esta vez en la cintura con un destacado recorte, de largo mínimo y prescindiendo en varios casos de la pollera. Es acompañado sin problemas con sólo un par de medias negras extra gruesas.

Es interesante ver cómo la criatura de dos caras en que se ha convertido la moda francesa cada día se parece más al Barón Ashler. Con sus dos perfiles completamente antagónicos, nos muestra por un lado a un septuagenario Lagerfeld en la cabina de control moviendo las perillas para que la actitud de Chanel sea la que prevalezca: la poderosa burguesa que descansa ociosa en su sillón favorito, renegando del agobiante y agotador vestido torta. Y cuando el viejo descansa, Galliano, sentado al mando del hemisferio izquierdo, prende y apaga el guiño cómplice de Dior hacia las voluptuosidades de una mujer eternamente fatal. Y ahí vamos de nuevo… Cocó, por un lado, saca a la mujer del corset en la década de 1920 (auque técnicamente el primero haya sido Paul Poiret), y Dior vuelve a ajustarle la cintura hasta el estrangulamiento veinte años después… Temporada tras temporada, una y otra vez.

Ese mismo 23, un día después de que Dior arremetiese respaldado por todo el poderío del grupo LVMH, y de que Chanel devuelve el cumplido un par de horas antes, el joven Ricardo Tisci, al mando de Givenchy, hunde su barco en medio del fuego cruzado de cañones. La crítica lo destruye, de esa amarga y correcta manera a la que ya lo tienen acostumbrado. En mi opinión, la suya fue la única colección que disfruté. Dior noqueó a Chanel (después de todo estaban de festejo), y astutamente Karl se mostró en una sintonía tan diferente a la habitual que no acusó recibo del golpe. Fue Tisci, entonces, el único que me divirtió. Su naufragio a manos de la prensa tiene bastante de simbólico, amén de que su colección se inspira en “la metamorfosis de marineros en sirenas”. Estoy de acuerdo en que el desarrollo de una idea base tan naif fue bastante literal: el recurso de la chaqueta marinera transformada, retrucada, y metamorfoseada en vestidos de corte sirena a lo largo de la colección incomodó a los paladar negro por demás. No obstante, fue esta colección la única que despertó mi líbido. Ver a Jessica Stam caminar la pasarela portando ese furreau en seda con estampado de tapicería, de corte sirena, gran cola de arrastre y rematado por la surrealista capelina imitando una gorra de capitán mediterráneo, me disparó el recuerdo de Kristen McMenamy llevando un vestido amarrillo con bolsillos plaquè en vivos rojos firmado Atelier Versace (Haute Couture, Printemps-Été 1993), con la misma proporción de falsa gorra marinera que le daba cierto aire sofisticado, o más bien un tinte hidrocefálico. Quizás lo que mas me conmovió fue descubrir la chaqueta azul marino típica, harto explotada por Mr. Givenchy, en clave darkie, marcando un equilibrio entre marinero y monacal. La referencia naval atravesó algunos malos momentos, como en los detalles ornamentales de tipo cuerda y nudos aplicados (también naif y obvia). Ese aire marítimo también se manifestó en picos de inspiración extrema, como las ordinarias referencias a arquitecturas navales presentes en aquel vestido de satén amarillo limón, que contaba con una suerte de quilla que mantenía pendulando la cola de arrastre. El que se llevó el premio al mejor vestido de la temporada, en mi opinión, fue uno de esta misma colección pero que de naval no tenia nada. Era la viva imagen de una sirena desplazándose sobre su propia espuma: un mini vestido de tul plisado a modo de bocha de guirnalda, cuyo cuerpo toma volumen desde la cintura, marcando una silueta de falda globo cubierta por una larguísima sobrefalda en gasa con un ancho ribete plisado en la misma técnica y decorando el ruedo completo.

Nada me pudo divertir más, empero, que comprobar que tan estrafalario modelito no quedó colgado de su percha en los salones de prueba de la maison. Hace unos días, mientras me indignaba mirando los atuendos con los que las ricas y taradas asistieron a la gala del Costume Institute, descubrí -ya dormido por el tedio- a una de estas boluditas de turno complicarse la vida subiendo las escaleras del lugar pateando los bultos de tul plisado de Tisci. Debo confesar que hacia mucho tiempo no veía a una mina arriesgarse con tan difícil modelito(exceptuado a las siempre dementes señoras de cisnes desnucados),.

Ricardo Tisci Wins! Un (nuevo) italiano en Paris.

paul morgue

edición Ich. Para EXITO!